La muerte como comienzo

  1. La muerte como comienzo
  2. Parménides y el ser
  3. Sócrates y la muerte como un bien
  4. Epicuro: la muerte no es nada para nosotros
  5. Intentar comprender la vida
Apuntes en PDF: «La muerte como comienzo»

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS usadas para la confección de estas páginas:

Fernando Savater, Las preguntas de la vida, Editorial Ariel, Barcelona, 2001
Manuel García Morente, Lecciones preliminares de filosofía, Editores Mexicanos Unidos, México D. F., 1978
Oscar Brenifier y otros, Aprendiendo a filosofar, Editorial Laberinto, Madrid, 2006 (colección formada por varios títulos: El tiempo, la existencia y la muerte, Libertad y determinismo, El Estado y la sociedad, La razón y lo sensible, …)

«Recuerdo muy bien la primera vez que comprendí de veras que antes o después tenía que morirme. Debía andar por los diez años, nueve quizá, eran casi las once de una noche cualquiera y estaba ya acostado. Mis dos hermanos, que dormían conmigo en el mismo cuarto, roncaban apaciblemente. En la habitación contigua mis padres charlaban sin estridencias mientras se desvestían y mi madre había puesto la radio que dejaría sonar hasta tarde, para prevenir mis espantos nocturnos. De pronto me senté a oscuras en la cama: ¡yo también iba a morirme!, ¡era lo que me tocaba, lo que irremediablemente me correspondía!, ¡no había escapatoria! No sólo tendría que soportar la muerte de mis dos abuelas y de mi querido abuelo, así como la de mis padres, sino que yo, yo mismo, no iba a tener más remedio que morirme. ¡Qué cosa tan rara y terrible, tan peligrosa, tan incomprensible, pero sobre todo qué cosa tan irremediablemente personal.

A los diez años cree uno que todas las cosas importantes sólo les pueden pasar a los mayores: repentinamente se me reveló la primera gran cosa importante -de hecho, la más importante de todas que sin duda ninguna me iba a pasar a mí. Iba a morirme, naturalmente dentro de muchos, muchísimos años, después de que se hubieran muerto mis seres queridos (todos menos mis hermanos, más pequeños que yo y que por tanto me sobrevivirían), pero de todas formas iba a morirme. Iba a morirme yo, a pesar de ser yo. La muerte ya no era un asunto ajeno, un problema de otros, ni tampoco una ley general que me alcanzaría cuando fuese mayor, es decir: cuando fuese otro. Porque también me di cuenta entonces de que cuando llegase mi muerte seguiría siendo yo, tan yo mismo como ahora que me daba cuenta de ello. Yo había de ser el protagonista de la verdadera muerte, la más auténtica e importante, la muerte de la que todas las demás muertes no serían más que ensayos dolorosos. ¡Mi muerte, la de mi yo! ¡No la muerte de los «tú», por queridos que fueran, sino la muerte del único «yo» que conocía personalmente! Claro que sucedería dentro de mucho tiempo pero… ¿no me estaba pasando en cierto sentido ya? ¿No era el darme cuenta de que iba a morirme -yo, yo mismo- también parte de la propia muerte, esa cosa tan importante que, a pesar de ser todavía un niño, me estaba pasando ahora a mí mismo y a nadie más?

Estoy seguro de que fue en ese momento cuando por fin empecé a pensar. Es decir, cuando comprendí la diferencia entre aprender o repetir pensamientos ajenos y tener un pensamiento verdaderamente mío, un pensamiento que me comprometiera personalmente, no un pensamiento alquilado o prestado como la bicicleta que te dejan para dar un paseo. Un pensamiento que se apoderaba de mí mucho más de lo que yo podía apoderarme de él. Un pensamiento del que no podía subirme o bajarme a voluntad, un pensamiento con el que no sabía qué hacer pero que resultaba evidente que me urgía a hacer algo, porque no era posible pasarlo por alto. Aunque todavía conservaba sin crítica las creencias religiosas de mi educación piadosa, no me parecieron ni por un momento alivios de la certeza de la muerte»

Fernando SavaterLas preguntas de la vida, Editorial Ariel, Barcelona, 2001, pp. 29 y 30

ACTIVIDADES (para realizar en el cuaderno/portafolio y comentar en clase):

1. TEXTO DE FERNANDO SAVATER: Las preguntas de la vida

  1. ¿Habéis comprendido lo esencial del texto? Escribidlo en pocas palabras
  2. ¿En qué momento asegura el autor que comenzó verdaderamente a pensar?
  3. ¿Cómo define «pensar»?
  4. ¿Por qué pensáis que el autor cree que fue justo en ese momento cuando por fin empezó a «pensar»?
  5. Resume en pocas palabras la relación que establece el autor entre muerte y pensamiento.
  6. ¿Puede la muerte despertarnos a un pensamiento sobre la vida? ¿Por qué?
  7. ¿Qué relación puede haber entre pensamiento y vida?
  8. ¿Es lo mismo vivir que existir?
(Texto de Savater en PDF)

La muerte como comienzo

Quizá pueda resultar extraño comenzar un curso de filosofía en 1º de Bachillerato dedicándonos a pensar sobre la muerte. Pero lo cierto es que lo habéis decidido vosotros, en todas las clases, en el ejercicio que hicimos de apuntar preguntas que nos inquietasen o nos despertasen curiosidad, preguntas cuyas respuestas no pudiéramos encontrar recurriendo a las ciencias y saberes de que disponemos. En todas las clases ha salido el tema de la muerte. Yo también, claro, me hago de vez en cuando preguntas sobre la muerte: ¿qué hay después? ¿en qué consiste morir? ¿es algo malo necesariamente? ¿qué significa su opuesto, esto es, qué significa vivir? ¿y existir o ser? ¿son acaso sinónimos? La verdad es que el diccionario poco nos ayuda con estas palabras: ser se define como «haber o existir»; existir quiere decir «ser real», «tener vida», «hallarse»; vivir es por supuesto, «tener vida», pero también «estar presente o perdurar en la memoria». Algo real es aquello «que tiene existencia». ¿Es lo mismo ser que existir? ¿la muerte consiste en dejar de ser o solo se trata de un cambio en nuestra manera de ser? ¿y qué significa ser?

     

En el texto anterior el filósofo español nos cuenta que fue la revelación de la muerte -de su muerte- lo que le hizo ponerse a pensar: la evidencia de la muerte, dice después, no solo nos deja pensativos, sino que nos vuelve pensadores. Y pensar es, según el autor, tener un pensamiento propio, un pensamiento que nos compromete, que ya no consiste en repetir pensamientos de otros. La consciencia de la propia muerte futura le despertó y le obligó a empezar a pensar por sí mismo. Quizá hayáis tenido ya alguna experiencia similar en vuestra vida, una experiencia que os obligara a empezar a pensar… ¿la recordáis? Muchas personas no olvidan nunca esa sensación entre admiración y congoja ante lo que no conocemos, la cual nos pone a pensar de un modo inevitable; aunque la mayoría la vamos tapando según vamos creciendo, olvidándola por los entretenimientos, la rutina y el ajetreo diarios.

El hecho de que seamos conscientes de nuestra muerte, además, nos convierte en verdaderos humanos, en seres mortales: las plantas y los animales no son mortales en el sentido en el que lo somos nosotros porque no tienen la certeza de que van a morir, al contrario que nosotros, que sí la tenemos o creemos tenerla. Creemos que los animales no son conscientes de su muerte futura, no como nosotros, los humanos, que sí sabemos que nos vamos a morir. Este hecho, el de que seamos conscientes de nuestra muerte futura, ¿condiciona nuestra existencia? Si respondemos que sí, podríamos concluir que ni las plantas ni los animales, por no ser conscientes de su necesaria muerte, están vivos en el mismo sentido en el que nosotros, humanos, lo estamos. Nuestra existencia, nuestra vida, sería más auténtica que la de animales y plantas, pues nosotros sabemos que alguna vez dejaremos de vivir y que en eso precisamente consiste la vida, en dejar de vivir en algún momento del futuro. ¿Y qué pasa con Dios o con los dioses inmortales? ¿Viven ellos también como nosotros? Para algunas personas Dios existe y para otras no, pero nadie dice que Dios esté vivo, salvo en el caso de Cristo, el cual se hizo hombre y, por tanto vivió y murió. Estar vivo implica tener que dejar de estarlo en algún momento, tener que morir. ¿Pero eso significa, además, que tengamos que dejar de ser, de existir? ¿qué hay después del fin de la vida? ¿y antes de la vida?

Parménides y el ser

Jean Grondin, Introducción a la metafísca, traducción de Antoni Martínez Riu, Herder, Barcelona, 2006, pp. 25-26

Los antiguos griegos, que dieron origen a la filosofía occidental (lo cual no quiere decir que no hubiera habido filosofía en otros lugares también, pues la filosofía puede entenderse como una actitud de cuestionamiento natural del ser humano), se hacían preguntas de este tipo. Uno de los primeros filósofos según la tradición fue Parménides de Elea (aproximadamente, 515-450 a. C.) quien escribió un poema filosófico en 154 versos, estructurado en hexámetros y dividido en dos partes, Verdad Opinión. Con Parménides aparece por primera vez un pensamiento sobre el ser que todavía nos deja pensando, a pesar de haberse limitado a afirmar, esencialmente y de modo tautológico, que el ser es y que el no-ser no es. Mientras que «lo que es» puede ser dicho y pensado, «lo que no es» (la nada) no puede ser ni imaginada ni pensada. Así, las características del ser son las siguientes:

  • El ser es único (si hay dos o más seres, ¿qué hay entre ellos? El no-ser)
  • El ser es eterno (si no lo fuera, tendría principio y fin. Si tiene principio, eso significa que antes de comenzar el ser, había el no-ser -pero el «no ser», la nada, no es ni puede ser pensada-; si tuviera un fin, significa que habría un momento en el que el ser dejaría de ser, esto es, sería un no-ser, pero el no-ser no es, como ya se ha dicho.
  • El ser es inmutable (el ser no puede cambiar, pues todo cambio implica dejar de ser lo que se era, pasar de un no-ser a un ser y viceversa, pero el no-ser no puede ser pensado ni imaginado).
  • El ser es infinito e ilimitado (no está en ninguna parte, pues estar en alguna parte es encontrarse en algo más extenso, tener límites; y si el ser tiene límites, ¿qué hay más allá de ellos? El no-ser. Pero esa posibilidad la hemos ya descartado desde el comienzo.
  • El ser es inmóvil (no puede moverse, pues moverse es dejar de estar en un lugar para estar en otro: el ser, que es lo más extenso, lo más amplio que hay, no puede estar en ningún lugar)

«Sólo nos queda ahora el hablar de una última vía, la de la existencia del Ser. Muchos indicios que ella nos muestra permiten afirmar que el Ser es increado e imperecedero, puesto que posee todos sus miembros, es inmóvil y no conoce fin. No fue jamás ni será, ya que es ahora , en toda su integridad , uno y continuo. Porque, en efecto , ¿qué origen podías buscarle? ¿De dónde le vendría su crecimiento? No te permitiré que me digas o que pienses que haya podido venir del No-Ser, porque no se puede decir ni pensar que el Ser no sea. ¿Qué necesidad, pues, lo habría hecho surgir en un momento determinado, después y no antes, tomar su impulso de la nada y crecer? Por lo tanto, o ha de existir absolutamente o no ser del todo. Jamás una fe vigorosa aceptará que, de lo que no es, pueda nacer una cosa distinta; así, tanto para nacer como para perecer la Justicia (diké) no le concederá licencia relajando los lazos con los que lo retiene. La decisión sobre este punto descansa en esto: es o no es. Pero una vez decidido, como era necesario, el abandono de uno de los caminos por su carácter de impensable e innominado -porque no es el verdadero -, habrá que considerar el otro como real y auténtico . Porque, ¿cómo en el curso del tiempo podría ser destruido el Ser? ¿Cómo podría llegar a existir? Ya que, si alcanzó la existencia, no es, y lo mismo ocurre si alguna vez debía existir. Así se distingue el nacimiento y queda ignorada la destrucción.

No es igualmente divisible, puesto que es todo él homogéneo. Nada hay de más que llegue a romper su continuidad, ni nada de menos, puesto que todo está lleno de Ser. De ahí su condición de todo continuo, ya que el Ser toca el Ser».

ACTIVIDADES (para realizar en el cuaderno/portafolio y comentar en clase):

2. TEXTO DE PARMÉNIDES: Sobre la naturaleza

  1. ¿Habéis comprendido lo esencial del texto? Escribidlo en pocas palabras
  2. ¿De dónde proviene el Ser?
  3. ¿El Ser es?
  4. ¿Puede haber varios tipos de Ser?
(Texto de Parménides en PDF)

Evidentemente, a Parménides no podía ocultársele que el espectáculo del universo, del mundo de las cosas, tal como se nos ofrece a nuestros sentidos, es completamente distinto de ese ser único, inmóvil, ilimitado, inmutable y eterno. Las cosas que vemos, oímos, tocamos, degustamos u olemos son, en cambio, seres múltiples que van y vienen, que se mueven, que cambian, que nacen… y perecen. Pero Parménides es el primero que saca la conclusión de que todo este mundo sensible no es más que una apariencia, una ilusión de nuestra facultad de percibir las cosas. Por primera vez en la historia de la filosofía surge la tesis de la distinción entre un mundo sensible (que percibimos mediante nuestros sentidos o mediante instrumentos que potencian las capacidades de nuestros sentidos) y un mundo inteligible, el cual no vemos ni tocamos, pero que está sujeto a las leyes lógicas y que solo es accesible mediante el pensamiento, mediante nuestra capacidad racional.

Manuel García Morente, Lecciones preliminares de filosofía, Editores Mexicanos Unidos, México, 1978, pp. 85-87

Sócrates y la muerte como un bien

Anónimo, La epopeya de Gilgamesh, versión de Andrew George, Penguin Random House, 2014

Pero nada de esto parece aliviarnos la inquietud que nos provoca la certeza de nuestra muerte. Por mucho que Parménides diga que el ser es eterno, que no tiene nacimiento ni fin, lo cierto es que estamos cansados de ver evidencias relativas al hecho de que la gente nace y muere a diario. Todo apunta a que nosotros también moriremos. ¿Qué será de nosotros? Las leyendas más antiguas no pretenden consolarnos de la muerte sino, más bien, explicar su inevitabilidad. Así, la primera gran epopeya que se conserva, escrita en Sumeria, en tablillas cuneiformes, hace aproximadamente 2700 años, narra la historia del héroe Gilgamesh y su amigo Enkidu, dos valientes guerreros y cazadores que acaban enfrentándose a la diosa Isthar, la cual da muerte a Enkidu. Entonces, Gilgamesh emprende la búsqueda del remedio de la muerte, que consiste en una hierba mágica que renueva la juventud para siempre, pero en un descuido la pierde pues una serpiente se la roba. Después aparece el espíritu de su amigo Enkidu, que cuenta los sombríos secretos del reino de los muertos, que no es más que un siniestro reflejo de la vida que ya conocemos, un lugar lleno de tristeza. Lo mismo ocurre con el Hades de los antiguos griegos: un lugar triste y pálido del cual nada debemos envidiar los vivos. Pero en religiones posteriores, como la cristiana, se da la promesa de una existencia más feliz y luminosa que la vida terrenal para aquellos que hayan cumplido los preceptos de Dios (por contrapartida, se asegura una eternidad de sufrimiento para los desobedientes).

Anita Ganeri, Mitos en 30 segundos, traducción de Maite Rodríguez, Blume, Barcelona, 2014, p. 60

 

El filósofo Sócrates (470-399 a. C.) fue condenado a muerte tras un famoso proceso que contó magistralmente su discípulo Platón (427-347 a. C.) en una obra titulada Apología de Sócrates. Resulta que este filósofo había sido acusado de corromper a la juventud y de no creer en los dioses de la ciudad, aunque muy probablemente la acusación se hubiese debido en verdad a las enemistades que había ido acumulando Sócrates por la vida que había llevado. Personaje peculiar y carismático, dedica su vida a examinarse a sí mismo y a los demás en una búsqueda de la sabiduría impulsada por la afirmación que el oráculo de Delfos le había transmitido a un amigo suyo: «Sócrates es el hombre más sabio». Sócrates no da crédito a la pitonisa, por lo que, tras pasar una vida preguntando y dialogando con aquellos que se consideraban sabios, llega a una famosa conclusión: «solo sé que no sé nada. Por eso, soy más sabio, porque al menos soy consciente de mi ignorancia». Platón cuenta que tras el juicio pudo Sócrates haber huido para eludir su condena, pero que rechazó hacerlo, pues lo consideraba una traición a su ciudad, Atenas, a quien amaba profundamente. Tampoco quiso suplicar en el juicio que no lo condenasen, pues consideraba indigna esa actitud, y no creía que debía avergonzarse por nada. En lugar de ello, se dedicó a reflexionar sobre la muerte, sobre si esta debe considerarse un bien o, por el contrario, puede tratarse de algo bueno.

Profundicemos un tanto la cuestión, para hacer ver que es una esperanza muy profunda la de que la muerte es un bien. Es preciso de dos cosas una: o la muerte es un absoluto anonadamiento y una privación de todo sentimiento o, como se dice, es un tránsito del alma de un lugar a otro. Si es una privación de todo sentimiento, un dormir pacífico que no es turbado por ningún sueño, ¿qué mayor ventaja
puede presentar la muerte? Porque si alguno, después de haber pasado una noche muy tranquila sin ninguna inquietud, sin ninguna turbación, sin el menor sueño, la comparase con todos los demás días y con todas las demás noches de su vida y se le obligase a decir, en conciencia, cuántos días y noches había pasado que fuesen más felices que aquella noche, estoy persuadido de que no sólo un simple particular, sino el mismo gran rey encontraría bien pocos y le sería muy fácil contarlos. Si la muerte es una cosa semejante, la llamo con razón un bien; porque entonces el tiempo, todo entero, no es más que una larga noche. Pero si la noche es un tránsito de un lugar a otro y si, según se dice, allá abajo está el paradero de todos los que han vivido, ¿qué mayor bien se puede imaginar, jueces míos? Porque si al dejar los jueces prevaricaciones de este mundo, se encuentra en los infiernos a los verdaderos jueces, que se dice que hacen allí justicia, Minos, Radamanto, Eaco, Triptolemo y todos los demás semidioses que han sido justos durante su vida, ¿no es éste el cambio más dichoso? ¿A qué precio no comprarías la felicidad de conversar con Orfeo, Museo, Hesíodo y Homero? Para mí, si es esto verdad, moriría gustoso mil veces. ¿Qué transporte de alegría no tendría yo cuando me encontrase con Palamedes, hijo de Ayax, hijo de Telamón, con todos los demás héroes de la antigüedad que han sido víctimas de la injusticia? iQué placer el poder comparar mis aventuras con las suyas! Pero aún sería un placer infinitamente más grande para mí pasar allí los días, interrogando y examinando a todos estos personajes, para distinguir los que son verdaderamente sabios de los que creen serlo y no lo son. ¿Hay alguno, jueces míos, que no diese todo lo que tiene en el mundo por examinar al que condujo un numeroso ejército contra Troya, u Odisea o Sísifo, y tantos otros, hombres y mujeres, cuya conversación y examen serían una felicidad inexplicable?

ACTIVIDADES (para realizar en el cuaderno/portafolio y comentar en clase):

3. TEXTO DE PLATÓN: Apología de Sócrates

  1. ¿Por medio de qué dos metáforas unimos la muerte a la vida?
  2. ¿Cómo estar muerto puede ser un bien?
  3. ¿Cómo la idea que nos hacemos de la muerte revela el valor de una vida?
  4. ¿Cómo nos gustaría que fuese la vida de después de la muerte?
(Texto de Platón en PDF)

Epicuro: la muerte no es nada para nosotros

En una época algo posterior -el helenismo-, el filósofo Epicuro de Samos (341-270 a. C) planteaba a sus discípulos en su escuela -conocida como «El Jardín», en Atenas– su peculiar concepción de la muerte. Para él, la filosofía no tiene valor si no nos ayuda a conseguir la felicidad, esto es, a mitigar nuestros dolores y preocupaciones («vana es la palabra de aquel filósofo que no remedia ninguna dolencia del hombre», parece que dijo) y para ello no hacen falta largos y tediosos aprendizajes: lo único necesario es calmar el ánimo, mostrando que el temor de los dioses y de la muerte es infundado, que los humanos no tienen razón alguna para inquietarse, que podemos vivir tranquilos y felices. Con respecto a la muerte señala Epicuro que no hay razón para temerla, pues esta no llega a tocar la vida: mientras vivimos, la muerte nos es extraña, y cuando la muerte es, nosotros no somos.

Acostúmbrate a considerar que la muerte no es nada para nosotros, puesto que todo bien y todo mal están en la sensación, y la muerte es pérdida de sensación. Por ello, el recto conocimiento de que la muerte no es nada para nosotros, hace amable la mortalidad de la vida, no porque le añada un tiempo indefinido, sino porque suprime el anhelo de la inmortalidad.

Nada hay terrible en la vida para quien está realmente persuadido de que tampoco se encuentra nada terrible en el no vivir. De manera que es un necio el que dice que teme la muerte, no porque haga sufrir al presentarse, sino porque hace sufrir en su espera: en efecto, lo que no inquieta cuando se presenta es absurdo que nos haga sufrir en su espera. Así pues, el más estremecedor de los males, la muerte, no es nada para nosotros, ya que mientras somos, la muerte no está presente y cuando la muerte está presente, entonces nosotros no somos. No existe, pues, ni para los vivos ni para los muertos, pues para aquéllos todavía no es, y éstos ya no son. Pero la gente huye unas veces de la muerte como el mayor de los males, y la reclama otras veces como descanso de los males de su vida.

El sabio, en cambio, ni rechaza el vivir ni teme el no vivir; pues ni el vivir le parece un mal ni cree un mal el no vivir. Y así como de ninguna manera elige el alimento más abundante, sino el más agradable, así también goza del tiempo más agradable y no del más duradero. El que exhorta al joven a vivir bien y al viejo a morir bien, es un necio, no sólo por lo grato de la vida, sino porque el arte de vivir bien y el de morir bien es el mismo. Y mucho peor el que dice que es mejor no haber nacido, pero, una vez nacido, atravesar cuanto antes las puertas del Hades.

Pues si lo dice convencido, ¿por qué no abandona la vida? A su alcance está el hacerlo, si es que lo ha meditado con firmeza. Y si bromea, es un necio en asuntos que no lo admiten. Hemos de recordar que el futuro no es nuestro pero tampoco es enteramente no nuestro, para que no esperemos absolutamente que sea, ni desesperemos absolutamente de que sea.

ACTIVIDADES (para realizar en el cuaderno/portafolio y comentar en clase):

4. TEXTO DE EPICURO: Carta a Meneceo

  1. ¿Habría que evitar pensar en la muerte?
  2. ¿Debemos temer a la muerte?
  3. ¿Una vida más larga será siempre más feliz?
(Texto de Epicuro en PDF)

Intentar comprender la vida

Temida o no temida, parece claro que la muerte nos hace pensar, nos obliga a convertirnos en pensadores, en seres pensantes, aunque no tengamos idea de qué pensar acerca de la muerte. Pero, a pesar de ello, la muerte, en tanto que el reverso de la vida, sí que nos sirve para hacernos pensar sobre la propia vida, sobre nuestra vida. La conciencia de la propia muerte puede ser un impulso para intentar comprender la vida. Y ¿cómo podemos comprenderla? ¿Qué instrumento podemos utilizar para ponernos a pensar sobre ella? ¿Y qué tiene que ver la filosofía con todo esto?