En Atenas, Sócrates de unos 20 años y Zenón de Elea de unos 40 años.
SÓCRATES: Y entonces, ¿dices tú. Zenón, en ese escrito que nos has leído, que un corredor, plantado en la raya de partida para lanzarse a la carrera del estadio, puesto que, antes de recorrer el estadio, tiene que recorrer su primera mitad, y antes de eso tiene que recorrer el primer cuarto, ya antes el primer octavo, y así sin fin, no podrá arrancar de la raya nunca?
ZENÓN: Eso es lo que ahí dice: lo has entendido bien, muchacho. No era difícil, por otra parte.
SÓCRATES: Y ¿no hay remedio?
ZENÓN: Sí, hay algunos: uno es el de que el estadio, en realidad, no tenga mitades, ni cuartos ni octavos ni división ninguna.
SÓCRATES: Ya; pero eso trae consigo que tampoco, en realidad, haya un estadio: porque un estadio ¿no es la mitad de dos estadios? Y entonces, ¿cómo el estadio iba a tener un fin y a saberse qué corredor llegó el primero?
ZENÓN: Bravo, jovenzuelo: has cazado rápido el gazapo. Pues ya ves: parece que los mortales tienen que elegir, para su visión de las cosas, o lo uno o lo otro: o que los estadios no puedan dividirse o que los corredores no salgan de la raya de partida.
SÓCRATES: Mientras que ellos necesitan lo uno y lo otro, los mortales.
ZENÓN: Eso es lo que les pasa.
SÓCRATES: Y ¿había otro remedio?
ZENÓN: Sí: que las partes del estadio no haya que recorrerlas unas después de otras, las unas antes que las otras.
SÓCRATES: ¿Sino todas al mismo tiempo?
ZENÓN: ¿Qué te parece a ti de eso, intrépido rapaz?
SÓCRATES: Pues que no puede ser tampoco: porque ¿qué especie de tiempo sería ese? ¿No ha dicho algún sabio que el tiempo consiste justamente en la razón del antes y el después?
ZENÓN: No sé si lo habrá dicho alguno; pero seguro que lo dice cualquier día. ¿Qué te quedas ahí pensando tú, galán?
SÓCRATES: Te confieso, Zenón, que en lo que sigo preso es en tu figura del corredor hincado en la raya de salida, haciendo desesperados esfuerzos por arrancar, y paralizado allí, como si de la raya se levantara ante él una pared tan dura como invisible, como nos pasa también a veces en los sueños, cuando quiere nuestra figura soñada moverse a todo trance, y está su pierna helada, presa en un hechizo, que debe de ser la inmovilidad del que en su cama la está soñando. Sí, porque es que, amable forastero, todavía, si pudiéramos tomar a tu corredor en marcha y considerar su movimiento según se mueve, acompañando a su proceso, justamente a la misma velocidad, con el proceso del pensamiento y cuenta de lo que pasa, se nos podría decir que es que la cosa trascurre sobre una cinta contínua de espacio, en una cinta contínua de tiempo, perfectamente adecuada, y que los cortes que en el movimiento puedan darse sólo pertenecen al pensamiento y cómputo de la marcha (porque del razonamiento malamente se nos iba a decir que es también contínuo), pero que en el hecho ni se dan ni interfieren para nada, gracias a la continuidad y perfecto acuerdo de ambas continuidades, que hace que no pueda haber de hecho momento alguno en que la marcha se interrumpa ni punto alguno de la marcha en que esté detenido el tiempo; si es que no estoy, demasiado benévolo Zenón, haciéndote perder el tuyo con mi torpe manera de formular la cosa.
ZENÓN: En modo alguno, vigilante husmeador, que, por el contrario, me deleito oyendo cómo desarrollas cálculos que salven la marcha de los móviles y cómo vas siguiendo las huellas al mismo tiempo que las borras; si bien alguien podría aún preguntarte si ese tiempo del cálculo y razonamiento, que bien dices que no puede ser contínuo, no tendría que ser el mismo en que la carrera se desarrolla.
SÓCRATES: Podrían preguntármelo, sí, a la fe mía, y ya veo que por ahí íbamos otra vez a quedarnos o sin cálculo o sin carrera. Pero tal vez, Zenón, podemos ahorrarnos esos perdederos: porque, según te iba diciendo, lo que me tiene fijo y hechizado es el punto de partida, y quizá fijándonos en él nos basta para demostrar la imposibilidad del movimiento, como pretendías. Ello es que, a lo que he oído, todos tus razonamientos tienen un principio: una situación de inmovilidad de la que se parte, para intentar desde ella poner en marcha el mecanismo y ver que no se puede. ¿O me equivoco en eso?
ZENÓN: No del todo, ciertamente: suelo, por lo general, presentar la cosa como dices: ¿no es natural que los razonamientos arranquen del silencio, puesto que también los procesos de que versan parten del reposo y tienen un comienzo?
SÓCRATES: Pues ahí está, Zenón: ‘comienzo’, ‘principio’, ‘arranque’, ‘punto de partida’, o como se le llame: que es que los otros puntos del proceso, ya en marcha, puedes tal vez borrarlos, quitarles su condición de ‘punto’, declararlos puramente ideales, reducirlos a la continuidad; pero a ése del comienzo, ése en que está el corredor dispuesto a la partida, ¿cómo vas a quitarle su condición de ‘punto’, si está ahí y no puede ser más que eso?