Diálogo de Sócrates joven con Zenón de Elea III (03/2002)

SÓCRATES:  Bien hondo penetra en las entrañas, Zenón, tu flecha, y hasta querría, en acción de gracias, si posible fuera, regalarte mi nombre propio. Pero dejemos ahí, si te parece, a mi pobre Sócrates, y, partiendo del caso de uno solo y mismo, tratemos de estender el problema a la carrera de las cosas en general. Pues ello es que también todo esto… ¿o esto todo?: ¿cómo debería mejor decirlo?

ZENÓN: ¿Este orden de todas las ordenaciones?, como creo recordar que en el libro de Heráclito se le menciona; aunque acaso sea demasiado adelantar llamar orden o mundo a todo esto.

SÓCRATES: Ya que parece que, de momento, nos entendemos, seguiré diciendo ‘esto todo’ o ‘todo esto’. Y ello es que también esto todo tiene que haber empezado de algún modo, ¿no?

ZENÓN: Pues depende, Sócrates.

SÓCRATES: ¿De qué?

ZENÓN: Ya lo sabes: de que tenga fin: sólo así podrá también tener principio; porque, si no…

SÓCRATES: Ya: si no, empezaría en cualquier sitio, lo cual es igual que no tener principio: porque, en cualquier sitio que pusieras el principio, siempre podrías haberlo puesto antes, y daría lo mismo, puesto que no hay fin en relación al cual una postura sea más antigua que la otra.

ZENÓN: Justo y cabal, mi dulce amigo. Y, por cierto, que, lo que es los mortales, no cesan de imaginarle un fin a todo esto, ya a modo de un incendio, tan total que no pudieran moverse para nada, no podrían tampoco ser siquiera cosas. En fin, que se ve que uno, definido y condenado por su muerte, no se resigna a que todo lo otro se escape de la misma condena y definición.

SÓCRATES: Quizá, Zenón, más todavía: que tienen que hacerse una idea de dónde están, y que de lo sin fin, por falta de definición, no cabe hacerse idea alguna. O sea que esto, en verdad, no puede ser todo nunca.

ZENÓN: ¿Qué nunca esto que hay puede ser todo lo que haya? Por cierto, sagaz mancebo: eso de ser todo sólo le corresponde al puro ser lo que es que le enseñó la diosa a mi maestro; pero esto que está pasando…

SÓCRATES: Y, sin embargo, tiene que haber empezado, a la manera de tu corredor hincado en la raya de partida, que, a la señal, se echa a correr.

ZENÓN: Lo cual era imposible.

SÓCRATES: Y sigue siéndolo, Zenón querido; pero ahí está corriendo.

ZENÓN: Lanzando hacia la meta.

SÓCRATES: Y aunque no haya meta, sino que le manden salir huyendo de tu raya hechizadora hasta que caiga sin aliento.

ZENÓN: Sí, así es como corren los corredores de este mundo, en el sueño de un despegue de la necesidad, imposible y que su propia razón les niega.

SÓCRATES: Pues así, Zenón, y no de otro modo te decía que tiene también todo esto que haber empezado a su manera, como mentira y sueño de la razón. O ¿no empiezan también los sueños? Es verdad que, cuando, ya despierto, lo recuerdas, es porque ha terminado y se ha cortado con el despertarte; pero, a partir de ahí, no puedes menos de ir buscando a ver qué había pasado antes y, en fin, cuál era el arranque y el origen de aquel sueño.

ZENÓN: Y, ¿si a lo mejor, niño, en el sueño no había antes ni después ninguno, y toda esa duración y la necesidad de su comienzo la pone el pensamiento y cálculo del despierto, que trata de dar razón de lo que quizá no la tenía?

SÓCRATES: Pues sea así como lo sospechas, benigno desvelador; pero el caso es que el sueño se ha soñado durante el tiempo que estaba el soñador durmiendo, y, por tanto, no puede él menos, ya despierto, de imaginarle su duración y su comienzo; y a eso es justamente a lo que yo iba a propósito de esto todo, a lo que razonablemente te niegas a llamar mundo ni tampoco nada: que, siendo imposible que haya empezado nunca (porque ¿por qué no antes o no después?, y ¿quién iba a darle la señal para que arrancase en su carrera?), sin embargo, como está ensoñación de los despiertos en la que andamos consiste justamente en la ordenación y cálculo del tiempo, no puede menos de soñar con el comienzo de su sueño.