Entrega II
( 11/1998)
Parece fácil decir «No», rebelarse contra lo que nos venden, contra lo que nos mandan. No es tan fácil; pero no es tampoco tan desesperado.
Lo que suele desviar al «No» de su intento, lo que lo embrolla y lo estropea es que se hace en nombre de algo positivo: que no se atreve uno a decir «No» sencillamente, sino que lo convierte en reclamación de otra cosa a la que sí que se dice «Sí». Eso deja la rebelión sin fuerza, entregada a la asimilación, a la reintegración al Orden, a servir a que las cosas cambien para seguir igual.
Por ejemplo, es claro que hay que decir «No» a la Escuela, a los Planes de Estudio, rebelarse contra la miseria y falsedad de la Ciencia, saberes y rollos que se nos manda embotellar con vistas a los exámenes sucesivos: hay algo que nace del corazón, de debajo de la persona de uno mismo, que siente repugnancia, hastío y odio, de todos los planes y saberes impuestos desde Arriba.
Y a eso, a esa voz que nos viene de lo común y lo más hondo, que vuestros mayores quieren que matéis cuanto antes, en nombre de vuestra Voluntad y vuestro Futuro, pero que sigue a pesar de todo viva haciendo sentir el disgusto y falsía de estudios y examinaciones, a ésa es a la que hay que oír y dejar que diga «No» por vuestra boca.
Pero, si esa rebelión se deja convertir en una reclamación de Otros Planes de Estudio, de una Educación más justa o sana, etcétera, pues ya estamos en las mismas.
O bien, si se hace en nombre de la Libertad Personal de uno, de que a uno no le gusta estudiar o no le gusta ese Profesor o ese Sistema, y que uno tiene derecho a hacer con su vida lo que quiera, etcétera, pues lo mismo: el «No» ha perdido su gracia, esa fuerza que venía de por bajo de mí mismo, y ya todo está sirviendo al Cambio, al cambio de Sistema, al cambio de Vida, para seguir igual.
O, por ejemplo, se nos manda comprarnos una moto y aprender las marcas de motos, se nos hace, con un pretesto u otro, tragar televisión o videos, se nos hace aprender los nombres del roquero infame de turno y acudir en masa a gritar en el estadio, se nos manda (siempre con pretesto de que eso es lo que nos gusta) meternos el fin de semana en la discoteca a aturdirnos con algún brebaje y mucho ruido, o, si no, lanzarnos atados a un cable desde el puente, para sentir la emoción y ver hasta dónde llega el Hombre, y hasta se nos obliga a lucir en la camiseta las marcas de las Empresas y las Instituciones.
Y, a pesar de todo, sigue también levantándose de debajo de nosotros una voz (no mía, sino común) que declara el asco y la falsedad de todos esos entretenimientos; sigue lo que nos queda de vida y de razón rebelándose contra esos sustitutos.
Y es a eso a lo que hay que oír y dejarle que diga «No» por nuestras bocas.
Pero, si hemos llegado a creernos que uno personalmente le va y le mola ese chisme o aquél de los que el Mercado nos coloca, y entre bocata y latita se dedica a discutir con los cofrades, si esta marca o la otra, si este plan o el otro plan, entonces ya todo está hecho, todo marcha para el progreso del Régimen del Bienestar, de la mentira y la administración de Muerte.
Y, sobre todo, si uno cree que el que manda divertirse, ir a la disco o al estadio o a la aventura programada y comprarse uno u otro sustituto, es otro distinto del que manda ir a la Escuela, embotellar para el Examen, tragar con los horarios y las multicopias de los apuntes de la mentira de la Realidad, ése sí que está entregado a que lo engañen y lo metan al servicio del Régimen de uno u otro modo.
No: el que manda estudiar para el Futuro y el que manda cargar con los chismes de diversión prevista y sustitutos de la vida, son precisamente el mismo.
No: es al Régimen entero, a la Realidad (tan falsa como real) a lo que dicen «No» el corazón y la razón que quede viva.
Y hay que tener el valor de negarse a creer en otros sistemas, en otras alternativas positivas: la realidad es la realidad, con todas sus instituciones y sus rollos, ideales y mentiras: no hay otra: por eso hay que hacerla: por eso se le dice «No».
Y lo otro, vivo y verdadero, que de ese «No» surja, eso no se sabe, y hay que no saberlo.
Sólo se sabe cuando se hace, cuando se va haciendo. Pero, para que surja, lo primero es no cambiarlo por otra realidad, otra fe, otro ideal, por otro sustituto: que no sea, ya al nacer, real y muerto.