Entrega VII
(04/1999)
No puede uno, no, enamorarse a voluntad de algo ni de alguien, no puede uno enamorarse porque quiere: hay una contradicción entre eso del sentimiento y eso de la voluntad (de la mentira que somete el amor a la voluntad y la persona es de lo que se sostiene la falsía de la Realidad y del Mercado con sus Días de Padre y sus Sanvalentines), y lo más que uno puede hacer en eso, como en la última os decía, es tratar de quitar estorbas, quitar de en medio algo de la persona de uno, de sus creencias, proyectos y fantasías personales, y así dejarse lo más desnudo y desprevenido, a ver si por caso entonces le pasa de veras algo.
Por ello es que, cada vez que le pasa a uno eso de enamorarse de algo o alguien o, mejor dicho, cada vez que se sospecha que puede que le haya pasado algo de eso (porque de eso uno nunca puede estar seguro), está sintiendo, o puede que esté o que haya estado sintiendo, algo que vive por debajo de la Realidad, algo que, como la Realidad es necesariamente falsa, vive de verdad y sigue viviendo a pesar de todo, a pesar también de uno mismo.
Así es como el sentimiento (desmandado) obra a la par con la razón (desenfrenada) y, en contra de la falsedad que os imponen, que contrapone razón con sentimiento, el sentimiento verdadero viene a descubrir, lo mismo que los razonamientos que aquí hemos tratado de dejar razonar a ratos, la falsedad de la Realidad: podríamos decir, si cuidamos de que no nos equivoquen las metáforas, que es el corazón el motor que pone en marcha la lógica de la razón.
La condición para que pueda suceder alguna vez tal maravilla es, como siempre, una negación costante: vas tirando, por supuesto, vas cumpliendo mal que bien con los deberes que te mandan (no hay por qué perder demasiado tiempo en rebeldías y cabreos por las pejigueras que la vida real te pone por delante, y muchas veces es más económico fingir que bueno, que se obedece), y al mismo tiempo vas dejando que te pase, que se haga por medio de tí, alguna cosa de veras, de las que siempre son posibles, gracias a que la Realidad no es todo y por tanto las posibilidades son sin fin; pero, para ello, no dejas que se te olvide nunca, mantienes vivo el recuerdo, que te viene de lo más hondo de tu niño perdido y de antes del comienzo de la Historia, de que esas cosas de la Realidad con las que juegan, tan serios, los mayores serán todo lo reales que quieran, pero también falsas, ideales, fantasías, ilusiones: el recuerdo de aquel “No, no era esto, no era esto”.
O sea no creer: la Fe es lo solo que sostiene la Realidad, como lo ves claramente en la realidad de las realidades, el Dinero, el cual, tan ideal y fantástico como real que es, no puede sostenerse un momento ni tener fuerzas para seguir cambiando la vida posible de la gente por una administración de muerte y de futuro, si no es fundándose en la Fe, en que las poblaciones crean y sigan creyendo en Él , en que tú mismo, como Persona real que te dicen que eres, acabas rindiéndote y creyendo en Él y en la Realidad toda. De manera que la condición primera de que pueda pasarte algo contra eso está en la pérdida de la Fe, en el no creer, o creer lo que menos se pueda.
Es de ahí de donde pueden, a la vez, nacer ratos de olvido, ratos de descuido en que, contra la orden del Señor, que quiere reducir toda vida a su Futuro, y contra la real voluntad de uno mismo, a lo mejor le paso a uno algo, que le deje vivir, que lo deshaga un poco de su realidad, y, a la vez con ello, surgir algún descubrimiento verdadero, un descubrimiento de ésos que no sirven a la confirmación de las ideas de la Realidad, como sirven de ordinario la Ciencia y la Cultura toda ordenada desde Arriba, sino acaso para lo contrario.
No creer, creer menos, perder algo de Fe: eso es todo lo que te toca hacer por tu parte: algo en tí, que no es tuyo, se encarga de lo demás.