Entrega XII (01/2000)
-Eh, tú: ¿Adónde vas? – Camino de la estación: a coger el tren. -¿Qué tren? – No sé. Cualquiera: el primero que salga. – Tan sin equipaje. -¿Para qué lo quiero? Bastante peso yo solo, con mis ropas y mis zapatos. – Ya. Pero, ¿adónde vas entonces? – Pues… -Que no sabes adónde vas. – Como en el cuentecillo de Kafka (¿recuerdas?), que al criado que le pregunta “¿Adónde vas, señor?” le responde saltando a caballo el amo “Fuera de aquí: esa es mi meta”. – Ya. Y ¿de dónde te vas tú ahora? ¿De dónde huyes? No me dirás que de la Urbe y sus suburbios; porque ésa ya hace la tira que se te hacía insoportable (y se me hacía – la verdad), desde que se vio que sus verdaderos habitantes eran sólo los autos que tenían que seguir vendiéndose y comprándose, porque el Señor así lo manda; y, sin embargo, aquí seguías viviendo o desviviéndote, escurriéndote por entre los popós como podías, como yo, como to hijo de vecino, y entre los autobuses y las motos y los televisores y los contenedores de basura que los están pidiendo a gritos; y, bueno, aquí seguíamos aguantando. Así que, ¿por qué ahora de repente? ¿No será que quieres escapar de alguna que te tiene preso y te pone encima floreritos en la celda? – No, malpensao, no es eso. – Pues ¿entonces? – Pues sencillamente, que ahora se pone peor, tío: que es que vienen las fiestas, los grandes estallidos de jolgorio de las Navidades y el Año Nuevo y el Milenio y el ama seca que los amamantó a todos: ¿no estás ya viendo cómo se nos echa encima el aluvión de cieno de colorines, la felicidad de neón de los letreros luminosos? – Ya, ya; y estoy contigo, tronco, que ya se me pone mustia el alma de pensarlo, la pedorreta de petardos y loterías, la tabarra a toda onda de villancicos en voces inocentes, la lista de los regalos arrastrándome como una soga al cuello por las escaleras mecánicas de los Grandes Almacenes. Claro. Pero y ¿cómo te piensas tú que vas, cogiendo un trenecillo, a escaparte de todo eso? – Pues ya ves: lo pienso; y me arranco, nada más pensarlo, si me dejas: ¿O es que es fatal, y no le queda al pueblo más que aguantar, y cumplir las órdenes del Dinero? – No sé; pero, en todo caso, ¿adónde vas tú a escaparte de la plaga? Pero, hombre, tú, ¿no sabes que las Fiestas tienen ya invadido el Globo entero? ¿Que, si te vas a la Sierra, allí encontrarás a los celebradores en esquí con copa de champán en mano que las Agencias tienen previsto para el caso? O, si te vas a la Costa, ¿crees que allí no se celebran, a bordo de yate, en discoteca amarrada, cantando con mucha risa falsa el cumpleaños, el cumplemilenios? O, aunque te entregues a un avión y te vayas a la otra punta de la Esfera, ¿no sabes que ya todo es uno?, ¿que en Manchuria, o en Kenia o en Sri-Lanka, a lo mejor tenía antaño otros ciclos de años y estaciones (porque no hay tribu, que se sepa, que se haya librado nunca de tener sus fiestas y sus días señalados para el regocijo general en rojo o dorado o verde de cualquier tipo de calendario), pero ahora ya todos saben que estamos a fines de 1999 después de Cristo y proceden en consecuencia? O, si lo quieres es irte a tu pueblecito , o al de tu suegra, ¿qué?: ¿es que no van allí a tener Televisión?, ¿va el ojo del Señor a haber descuidado ni el más recóndito perdedero de la Tierra? Y entonces, a ver pa qué : ¿vas a dejar allí de sentir el hálito del fúnebre jolgorio de las fechas coloreando el aire del bosque, tiñendo el humo de la chimenea? Todo está invadido por las religiones, la Ciencia, el Dinero, la mentira. Me acuerdo todavía, cuando niño, que, aunque no supiera de fiestas ni a cuántos estábamos del mes ni de la semana, la tristeza del Domingo se me entraba por los ojos o por la piel hasta dejarme todo mustio. – Ah, sí; también a mí. Y, sin embargo, con todo y con eso, ya ves: voy a coger el tren, escapo de las Fiestas: no me atrapan, (te lo juro), no me machacan otro año más. Mira: yo sé de una casa perdida, donde nunca se celebra nada, y especialmente durante estas fiestas ominosas se dedican rigurosamente a no celebrar, a no acordarse de ellas. Allí me voy, si me dejas coger el tren. Ya sé que no es lo mismo dedicarse a no celebrarlas que olvidarse de ellas por las buenas; pero, si no se me da otra cosa…. – Bueno, pues ala, marcha; que no celebres, tío, que te lo pases bien. Pero mira todavía otra que te digo: aunque lo consigas, aunque tú te libres por tus artimañas y tu empeño de año Nuevo y Milenio y Navidades, ż no te parece que a eso puede llamársele egoísta?, como un grito, en el barco desesperado, de “Sálvese quien pueda”, y aquí nos dejas a los demás, a la inmensa mayoría, encargados en lucecitas y turrones y uvitas y relojes y compra de regalitos y tarjetas de felicitación. – Ya. Pues oye: ya sé que esto no puede servir de mucho, que, con quitarme yo de en medio egoístamente y librarme del coñazo monumental, no voy a acabar con las fiestas ni librar a mis prójimos de su condena; pero żsabes qué?: que a lo mejor estoy con eso demostrando que la cosa no es tan fatal como el Señor pretende; que, sobra todo, a los chicos y chicas que están abriendo los ojos a este mundo, para cerrarlos enseguida, habrá masas de padres y dirigentes y Medios de Formación de Masas de Individuos que les estén azuzando a celebrar, a disfrutar de las fechas señaladas, convenciéndolos de que eso es lo que hace la Mayoría y que, por tanto… Pues por eso: el que alguno escape, aunque sea tarde, aunque sea a medias y por los rincones, puede ser algo que les revele que es mentira, que la Mayoría no son todos, que la Ley de divertirse no es tan fatídica y cerrada como se creen, que siempre puede haber alguien que se escape de ella todavía. ¿Te parece poco? – Ya no te digo más. Ale, pajarito (te acompaño hasta la estación), a coger el tren y a dar ejemplo.