Entrega XVII (05/2001)
Voy a referiros ahora algo que hace unos 4 años les contaba a los amigos que andaban conmigo ocupando el Cuartel ‘VIRIATO’ de Zamora, abandonado, con el intento de hacer en él algo que no estuviera ya hecho de antemano. Se trataba esta vez de comunicar una observación de operaciones automáticas en uno mismo, como medio de hacer sentir lo palpable de los procesos de la memoria sub-cosciente, no ideativa, y una cierta contabilidad que en ella se lleva de los sucesos físicos o reales. Hace unos pocos meses, tuve que cambiar la lámpara de la mesilla de noche: la que había venido usando durante muchos años (probablemente 20, desde la vuelta de París, en varios domicilios, mesillas y orientaciones de la cama) tenía así dispuesto el interruptor, con bolita colgante de cordoncillo: La que puse en su lugar tenía el interruptor inserto, y deslizante, en el cable de entrada, que colgaba por delante de la mesilla, así: Pues bien: al ir hacia la mesilla para encender la lámpara, principalmente por la noche al acostarme, para leer un poco, al principio y durante muchos días, la mano se me iba al sitio donde estaba el antiguo interruptor; pero lo notable es la precisión del ritmo al que se iba produciendo el desaprendimiento del antiguo automatismo y aprendizaje del que correspondía a la nueva situación: cada vez, de vez en vez, el momento de darse cuenta la mano y retraerse del movimiento ya indebido se iba adelantando un poco (ello a lo largo de unos 15 días), de tal manera que, si la primera vez llegó a chocar con el sitio que en la nueva lámpara correspondía al nivel del antiguo interruptor, la segunda ya apenas llegó a rozarlo, la tercera se retrajo unos centímetros antes, la cuarta un poco antes todavía, y así sucesivamente, hasta llegar a retraerse del gesto indebido no más ir a acercarme a la mesilla, a tal vez un metro antes de llegar a ella. Y ello, naturalmente, se acompañaba con un ascenso cada vez más rápido del proceso al nivel cosciente, hasta llegar al punto de obligarme a la reflexión y a tomar nota de esta intimación de lo que sucedía; pero siempre pasito a paso con el avance del retraimiento o sustitución de un mecanismo automático por el otro, que cada una de las veces (hasta unas ventitantas seguramente) se producía unos centímetros (o décimas de segundo -tanto da) más pronto que la anterior, con una neta impresión de que esa diferencia era una costante esacta.
Tal vez debería ponerse esto en relación (y contraste) con la observación, a que tanta atención he dedicado, del aviso subcosciente que uno recibe de ALGO QUE HABÍA QUE HACER O QUEDABA POR HACER, por ejemplo, antes de marcharse uno de un lugar; que empiza siempre por ser un aviso (mejor que ‘recordatorio’) de ALGO sumamente vago, y que, a veces por varios pasos, va tomando señas o caracteres (Era algo de hacia aquel rincón, Era algo de no mucha importancia, Era algo que tenía que ver con ‘uñas’ o con documentación de asuntos de dinero o con busca de vocablo para unos versos), hasta llegar, al mismo tiempo, a la memoria ideativa y a la fijación del curso de la acción; y todo ello, se llegue o no al éxito y la idea, asistido de una fe en que algo había y que el aviso no debe desoírse: como si el recuerdo avanzara desde una generalidad sumamente astracta, por acumulación de determinaciones, hasta la idea; donde se palpa el punto paradójico de encuentro entre lo más bajo, meramente sensitivo, y la ideación llevada a su nivel de astracción más alto.