En compañía de Alicia al otro lado del espejo, estábamos oyendo al ovoidal Humpty-Dumpty, al Tentetieso, soltando por la raja de esa boca, para asombro y desespero de la niña, la sarta de idiocias que suelen los prohombres en general, cuando se ponen a hablar de la lengua, como de una realidad, sin saber lo que dicen, pero creyendo que lo saben.
Él está satisfecho, desde luego, sentado peligrosamente allá en lo alto de la tapia: si se cae, en la suma improbabilidad de que se caiga -proclama él mismo, haciendo propios y reales los hombres y caballos que en la rima insensata del juego de los niños se mencionan-, el Rey enviará todos los hombres y caballos de su ejército para restituirlo en su posición.
Y así seguro de sí mismo, no sólo hace que las palabras de significado signifiquen lo que él mande, sino que quiere que hasta los Nombres Propios tengan su significado: cuando le pide a A. su nombre y ella responde “Alicia”, se mofa de lo estúpido del Nombre: “A ver, ¿qué significa?”. “¿Debe un Nombre significar algo?” pregunta A, dudosa. “Pues claro:” replica H-D “el mío significa la forma que yo tengo, y una forma, por cierto, bien hermosa: con un Nombre como el tuyo, podrías tener casi cualquier forma”.
Y, al final de la entrevista, cuando A. se despide “Hasta que nos encontremos otra vez”, responde H-D: “No te conocería, otra vez, si nos encontrásemos: eres tan igual a las demás personas…”; lo cual no deja de ser un asomo, involuntario, de reconocimiento de rotura de la convención de mismidad de la Persona, y un vislumbre de la sinfinidad en que H-D va pronto a perderse a nuestros ojos.
No son, por cierto, los Nombres Propios cosa de la lengua: son una convención más primitiva, ajenos a sentido, lógica o razón; sólo que han debido de servir como una trama sobre la que las lenguas diversas urdieran sus creaciones de una Realidad. Y es el Poder muy potente para operar con los Nombres Propios, bautizar con Nombres, más o menos parlantes, eufónicos o fantasiosos, a sus niños, o fabricar (y registrar en la Propiedad) las Marcas de los productos que vaya arrojándonos a la basura.
Pero sí, pueden los manejos del Poder penetrar hasta las palabras de significado, que son las creadoras de las realidades (no hay una Realidad Común) de cada idioma y tribu; y H-D no hace más que exagerarlo: confiesa que los Verbos se le resisten algo más, pero también sabe manejarlos, y con los Adjetivos hace lo que quiere.
“¡Impenetrabilidad! Eso es lo que yo digo” le espeta de pronto a A., que, ya escarmentada, ruega “¿Me diría usted, por favor, qué es lo que significa?”. “Ahora hablas como una niña razonable” le dice H-D complacido “Significo con ´impenetrabilidad´ que ya basta de este asunto y que igual podrías decir qué vas a hacer luego en el supuesto de que no pienses quedarte aquí el resto de tu vida”; a lo que A, pensativa: “Es una gran cantidad de significado para hacerle significar a una palabra”; y H-D le esplica que, cuando a algunas palabras les hace significar mucho, les da una paga estraordinaria. Así queda condenada al Trabajo y al Dinero, a la Realidad, la gracia de la lengua, que era su gratuidad, que era su libertad.
¿Os suenan, tras la caricatura de H-D, las especulaciones de financieros y de filósofos acerca del valor de las palabras, y cómo las cuentan y administran, al servicio del Régimen, de la Empresa y su Propaganda? ¡Dinero, dinero es lo que valen las palabras bien administradas, y más si las ilustran con imágenes! Ésa es la Fe: con eso se costruye la Realidad de cada tribu, de cada idioma, y, en el colmo de los ideales del Poder, la de la tribu mundial, la del idioma dominante sobre todos.
Ésas son las cuentas y fantasías de los Ejecutivos del Poder, convencidos, como H-D, de que ellos mandan en las palabras y les hacen significar lo que ellos quieren. Y lo triste es que hasta ahí, hasta el vocabulario de los significados, sí que penetran sus torpes operaciones y sus fabricaciones de realidades; falsas, naturalmente.
Pero no más hondo: no a la máquina gramatical de la lengua que no es de nadie, ni a la común ni siquiera a la de un idioma; no a la riqueza que no es dinero; no a la libertad que vive por debajo de las ideas y de las conciencias.
Otro día, si hace bueno, echaremos todavía cuentas con el Poder, a ver qué es lo que el Poder pueda sobre la lengua, sobre el pueblo, que no existe, pero que lo hay.