Unidad 2. El problema filosófico del conocimiento

FILOSOFÍA – 1º DE BACHILLERATO

UNIDAD 2. EL PROBLEMA FILOSÓFICO DEL CONOCIMIENTO

1. La teoría del conocimiento
– Concepto y grados de conocimiento
– Herramientas del conocimiento
– El proceso del conocimiento
– La epistemología kantiana

2. La verdad
– Verdad de hechos
– Verdad de proposiciones
– Criterios para reconocer la verdad

3. Los límites del conocimiento
– La posibilidad de conocimiento

FUENTE principal para la elaboración de los apuntes:
Juan Méndez Camarasa et al., Filosofía 1, Edebé, Barcelona, 2016.
César Tejedor Campomanes, Introducción al pensamiento filosófico, SM, Madrid, 1996.

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1. La teoría del conocimiento

En muchas ocasiones decimos que sabemos una cosa cuando, en realidad, lo que estamos haciendo es aceptar la opinión de alguien o una explicación muy extendida sobre un tema. Para la filosofía nunca fue suficiente simplemente aceptar que algo es verdadero: es necesaria una buena razón que permita creerlo, la cual ha de ser respaldada por argumentos convincentes.

Existe una rama de la filosofía que se encarga de examinar las cuestiones relativas al conocimiento: qué es eso de «saber» algo, de qué herramientas disponemos para adquirir conocimiento de las cosas, qué grado de fiabilidad nos proporciona cada una de esas herramientas, qué tipos de conocimiento existen y si hay o no límites para nuestra capacidad de conocer lo que hay. Esta rama se llama epistemologíateoría del conocimiento.

Jacobo Muñoz, «Epistemología», en VVAA, Diccionario Espasa de filosofía, Editorial Espasa Calpe, Madrid, 2003, p. 193
José Ferrater Mora, Diccionario de filosofía, Tomo I (A-D), Ariel, Barcelona, 1998, p. 657 (artículo «Conocimiento»). (Se puede consultar otra edición de la obra AQUÍ, p. 339)

– Concepto y grados de conocimiento

Aunque todos, de un modo intuitivo, creemos entender qué significa «conocer algo», a la hora de la verdad resulta muy difícil explicarlo de un modo riguroso. Podemos intentar una definición sencilla: el conocimiento es una explicación de la realidad que nos permite entenderla mejor: comprender sus causas y poder predecir algunas de sus consecuencias.

Prácticamente, todos los autores están de acuerdo en considerar el conocimiento como una forma de relación entre un sujeto y un objeto: conocer es lo que tiene lugar cuando un sujeto aprehende (capta, adquiere) un objeto. El conocimiento parece ser una forma de presencia del objeto (exterior) en el sujeto.

Ibidem

Así, en el conocimiento hay una combinación de planos subjetivo y objetivo. Dependiendo de dicha combinación, podemos distinguir tres grados fundamentales de conocimiento: la opinión, la creencia y el saber en sentido estricto.

  1. La opinión es una apreciación del sujeto (es decir, subjetiva) de la que no podemos estar seguros y que tampoco podemos probar a los demás. En la opinión, desde el punto de vista objetivo, no encontramos ninguna justificación que podamos comunicar a los demás de modo que tengan que aceptarla. Una justificación es objetivamente válida cuando tiene que aceptarla cualquier ser racional que la examine. Desde el punto de vista subjetivo, no nos atrevemos a afirmar que estamos convencidos de ello, por eso solemos expresar las opiniones diciendo «opino que» y «no estoy convencido de que».
  2. La creencia se da cuando alguien está convencido de que lo que piensa es verdad, pero no puede aducir una justificación que pueda ser aceptada por todos. La seguridad es sólo subjetiva; lo que creemos no tiene una justificación objetiva suficiente.
  3. El conocimiento puede definirse aquí como una opinión fundamentada tanto subjetivamente -en este sentido, sería como una creencia- como objetivamente -en este sentido, es más que una creencia-. Es una creencia de la que estamos seguros pero que, además, podemos probar. Poder justificar racionalmente algo (dar razones) es lo característico del conocimiento. Saber algo es poder dar razón de ello ante los demás.
Immanuel Kant, Crítica de la razón pura, traducción de Pedro Ribas, Alfaguara, Madrid, 1998, p. 640

– Herramientas del conocimiento

Otro de los aspectos fundamentales de la epistemología es determinar cómo se adquiere el conocimiento; es decir, determinar cuáles son los instrumentos de que disponemos para conocer la realidad que nos rodea. Dichas herramientas del conocimiento reciben el nombre de facultades cognitivas, entre las cuales podemos destacar las siguientes:

LA PERCEPCIÓN, que nos pone en contacto con la realidad y nos permite construir representaciones de ésta a partir de los datos que nos proporcionan nuestros sentidos. La percepción organiza e interpreta los datos sensoriales, configurando así una imagen unitaria y coherente del supuesto objeto externo. Esto es de esto modo, pues no percibimos sensaciones aisladas, sino que construimos una imagen total, la cual agrupa y combina lo que serían datos simples, como olores, colores, tactos, etc.

José Luis Martorell y José Luis Prieto, Fundamentos de psicología, Editorial universitaria Ramón Areces, UNED, Madrid, 2009, p. 202
José Luis Pinillos, Principios de psicología, Alianza Editorial, Madrid, 1985, p. 153

LA MEMORIA nos permite retener y recordar en el futuro las imágenes que la percepción nos proporciona. Esta capacidad para retener experiencias del pasado posibilita el aprendizaje así como nuestra identidad y continuidad como personas. No obstante, el tiempo puede ir diluyendo la huella que dejan nuestras experiencias produciendo el olvido, o incapacidad para recuperar información almacenada en la memoria.

José Luis Martorell y José Luis Prieto, Fundamentos de psicología, Editorial universitaria Ramón Areces, UNED, Madrid, 2009, p. 202

LA IMAGINACIÓN es la capacidad de representar mentalmente situaciones, personas o cosas que no se ofrecen en aquel momento a la percepción sensible. Con la imaginación podemos modificar y crear imágenes nuevas con mayor libertad y espontaneidad. Por ello, puede decirse que hay dos tipos de imaginación, o que ésta tiene dos funciones: reproductora, cuando trata de representar la realidad (imágenes que recrean paisajes, objetos, o gente conocida, por ejemplo); y creadora o fantástica, cuando recrea, inventa o anticipa nuevas imágenes, de modo que recrea un mundo diferente del real (imágenes de seres de ficción, personas idealizadas, etc.).

«Imaginación», en Umberto Galimberti, Diccionario de psicología, Siglo XXI, México, 2002, p. 588
Ibidem
Ibidem

LA INTELIGENCIA es la capacidad de pensar, entender, asimilar, elaborar información y utilizarla para resolver problemas. Etimológicamente significa «saber elegir», por lo que de acuerdo con el origen del término, esta capacidad que nos permite procesar la información y comprenderla ha de servirnos para escoger la mejor opción cuando tenemos delante varias posibilidades para hacer frente a un determinado problema o una determinada situación. En el caso de los humanos, la inteligencia adquiere una cualidad distinta a la de los animales, pues la nuestra se apoya en la capacidad simbólica, que posibilita el uso de un lenguaje articulado y la abstracción mental.

«Inteligente», en Joan Corominas, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Editorial Gredos, Madrid, 1987, p. 338

Es evidente que estos cuatro elementos no están desligados entre sí, sino que suelen trabajar conjuntamente, retroalimentándose, en el proceso del conocimiento.

– El proceso del conocimiento

En general, a pesar de que entre los filósofos solemos encontrar diferentes puntos de vista, se considera que el conocimiento de la realidad comienza con la experiencia o con los datos sensoriales que recibimos de esta.

Ahora bien, la experiencia sensorial necesariamente tiene lugar en un momento y un lugar determinado, y aquello que percibimos es algo concreto: este árbol, esta mesa, este niño… Es decir: la percepción siempre se refiere a algo singular, particular. Sin embargo, a partir del conocimiento de un caso o varios casos particulares nosotros podemos aspirar a un conocimiento de mayor alcance y con pretensión de objetividad (no solo podemos afirmar, por ejemplo, «mi perro es mamífero» sino «todos los perros son mamíferos»). ¿Cómo es posible esto? Gracias al proceso mental que conocemos como abstracción.

«Abstracción», en José Ferrater Mora, Diccionario de filosofía, Tomo I (A-D), Editorial Ariel, Barcelona, 1998, p. 26

La abstracción es una operación mental que consiste en considerar por separado aquello que realmente no lo está, prescindiendo del resto. Es mediante un proceso de este tipo como se construyen los conceptos. Por ejemplo: de «este blanco» abstraigo «blanco»; y de «blanco», «rojo», «amarillo», etc., abstraigo algo común a todos ellos: «color«. De este modo construyo una representación mental: el concepto, el cual va acompañado del término correspondiente («color», «colour», «Farbe», etc., según sea mi idioma).

Otro ejemplo: si al considerar muchos árboles hago la operación de abstraer (considerar por separado) las distintas tonalidades de colores que he detectado, los diferentes tamaños que he visto, la variedad de las formas de hojas que he ido encontrando, los diferentes tipos de frutos, etc., y trato de considerar solamente qué es un árbol, es decir, qué es lo común a todos los árboles del mundo y qué es lo que distingue a todo árbol del resto de las cosas del mundo, estoy construyendo un concepto.

Immanuel Kant, Lógica, traducción de María Jesús Vázquez Lobeiras, Akal, Madrid, p. 144

Por medio de los conceptos seleccionamos los rasgos o características que son comunes a una pluralidad de objetos prescindiendo de aquellas características que no comparten todos ellos. Otro ejemplo: el concepto de «perro» recoge las características que son comunes a todos los perros y deja fuera aquellas otras características que no son comunes a todos los perros (hay perros grandes, medianos y pequeños, los hay de diferentes colores, de diferentes razas, etc., pero todos ellos son perros).

El pensamiento humano se caracteriza por la utilización de conceptos. Un ser humano adulto posee una amplia red de conceptos, pero siempre es posible la construcción de conceptos nuevos. Esto es fundamental para la ampliación de nuestros conocimientos. Los progresos científicos, por su parte, siempre van a acompañados de la creación de nuevos conceptos.

LA BASE DEL CONOCIMIENTO

Los filósofos discuten, no obstante, si hay que situar la base del conocimiento en los datos que nos aportan los sentidos, o si, por el contrario, el fundamento del saber humano ha de recaer más bien en la razón. Los llamados empiristas entienden que la razón es clave para desarrollar el conocimiento, pero defienden que el conocimiento racional debe partir siempre de los datos aportados por los sentidos y apoyarse en ellos, si no quiere perderse en elucubraciones y fantasías. En cambio, los racionalistas argumentan que, como los sentidos no son siempre fiables (en muchas ocasiones nos engañan), es la razón y no la experiencia sensorial la única que puede constituirse legítimamente como una base sólida para el conocimiento.

Este texto del filósofo Francis Bacon (1561-1626) puede servirnos, con sus metáforas, para comprender mejor esta distinción:

Francis Bacon, Novum organum, traducción de Cristóbal Litrán, Sarpe, Madrid, 1984, pp. 89-90 (puede consultarse otro archivo con el mismo texto aquí)

Estas metáforas de Bacon son sugerentes: para algunos (los empiristas), el conocimiento es una actividad semejante a la de las hormigas: la mente es como un hormiguero en el que sólo hay lo que se trae de afuera. Para otros (los racionalistas), la mente hace como la araña: todo lo saca de sí misma, y desconfía de lo que le viene de la experiencia. Pero cabe una postura intermedia: la de las abejas.

Un punto de discusión constante entre empiristas y racionalistas radicará también en si existen o no contenidos en nuestra mente cuando nacemos. Según los primeros, tal como afirmaba John Locke (1632-1704) (usando una metáfora tomada de Aristóteles), al nacer nuestra mente es una tabula rasa, una hoja en blanco. A partir de que nacemos y según vamos teniendo experiencias comienzan a grabarse contenidos en la mente, y al ir relacionando unos con otros vamos construyendo el conocimiento. Por tanto, rechazaban que hubiera ideas innatas.

Aristóteles, Acerca del alma (III, 4, 430a), traducción de Tomás Calvo Martínez, Gredos, Madrid, 1978, p. 233

Los racionalistas entendían, por contra, que nuestra mente sí dispone de contenidos desde el principio (según ellos, no todas las ideas que poseemos proceden del aprendizaje a través de la experiencia o son creadas por nosotros, sino que algunas se encuentran en nuestra mente al nacer). La polémica entre estas dos posiciones adquirió una gran importancia para la filosofía durante los siglos XVII y XVIII.

Gottfried Wilhelm Leibniz, Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, edición de J. Echeverría Ezponda, Editora Nacional, Madrid, 1983, Prefacio, p. 40

– La epistemología kantiana

Con la intención de superar el antagonismo entre ambas posiciones, en el último tercio del siglo XVIII Immanuel Kant trató de formular una explicación del proceso de conocimiento que recogiera los aspectos que le parecieron más válidos tanto de los racionalistas como de los empiristas. Las teorías epistemológicas formuladas después de Kant la han tomado como referencia y han entrado en discusión con ella. De ahí su importancia.

Según Kant, en el proceso de conocimiento participan simultáneamente tres facultades humanas: sensibilidad, entendimiento y razón.

LA SENSIBILIDAD

Para poder alcanzar conocimiento necesitamos recibir datos externos. Sin estos no descubrimos nada nuevo y, por tanto, no podemos lograr conocimiento alguno (pues podemos decir que conocer es alcanzar una información nueva, algo que estaba oculto para nosotros.

Immanuel Kant, Crítica de la razón pura, Introducción, B 1-2, traducción de Pedro Ribas, Alfaguara, Madrid, 1998, p. 41

Esta capacidad humana de recibir sensaciones que proceden del exterior, y de captarlas y retenerlas con vistas a descubrir verdades nuevas, se llama sensibilidad. Ahora bien: cualquier percepción que, por medio de los sentidos, nos llega desde el exterior de nuestra mente es de algo que se halla localizado en un punto del espacio y ubicado en un momento exacto de la línea del tiempoEl espacio y el tiempo son, así, los recipientes en los cuales nuestra sensibilidad recoge los datos que se hallan fuera de nuestra mente. Sin una posición espacial y un valor temporal nada puede ser procesado por nuestra mente. Así, la sensibilidad es una facultad que:

  • Recoge los datos externos
  • Ubica esos datos en un lugar y un momento concretos

(Según Kant, el espacio y el tiempo no son propiedades de las cosas, sino que son las condiciones subjetivas que hacen posible la experiencia: son algo «puesto» por la sensibilidad en el acto de conocer. Fuera del sujeto, el espacio y el tiempo no son nada)

EL ENTENDIMIENTO

Los datos percibidos que capta nuestra sensibilidad son inconexos. Al percibir, por ejemplo, una mesa roja, la sensibilidad recibe, en una ubicación espacial y en un momento temporal, muchos estímulos simultáneamente: los materiales de los que está hecha, las formas y tamaños de estos, la unión entre ellos, su color, etc. Es necesaria, por tanto, otra facultad que pueda crear una síntesis, es decir, reunir y ordenar esa diversidad caótica de percepciones. Y la facultad encargada de «realizar» esa unión es el entendimiento humano.

Esta capacidad del entendimiento de ordenar los datos que proceden de la experiencia y generar dicha síntesis es posible debido a que trabaja mediante unos conceptos predeterminados que ya tenemos incorporados desde que nacemos y que compartimos con todos los seres humanos: las llamadas categorías. Las categorías son conceptos o estructuras innatas, es decir, que no hemos aprendido (a diferencia de otros conceptos, los empíricos, que son generalizaciones tomadas de la experiencia, como «árbol», «casa», «perro», etc), sino que forman parte de nosotros desde el nacimiento y nos sirven para estructurar las informaciones que recogen nuestros sentidos.

Por ejemplo, una de estas categorías (son 12 en total) es la de sustancia. Gracias a ella, según Kant, percibimos la realidad como algo constituido por objetos, pues dicha categoría es la responsable de que agrupemos varias sensaciones como manifestaciones de una misma realidad o sustancia.

Asimismo, el establecimiento de relaciones de causa y efecto entre los distintos fenómenos viene dada por la categoría de causalidad: ella posibilita que podamos conectar unos fenómenos con otros en determinadas condiciones.

Immanuel Kant, Prolegómenos a toda metafísica futura que haya de poder presentarse como ciencia, edición bilingüe, traducción de Mario Caimi, Istmo, Madrid, 1999, p. 137 (puede consultarse otra traducción, la de Julián Besteiro, aquí)

Sin las categorías nuestra imagen del mundo resultaría completamente diferente: de hecho, no podemos ni imaginarnos cómo sería, pues ellas también establecen el modo como opera nuestra imaginación.

LA RAZÓN

Con la razón concluye el proceso de conocimiento humano:

Immanuel Kant, Crítica de la razón pura, A 299, B 355, traducción de Pedro Ribas, Alfaguara, Madrid, 1998, p. 300

En Kant la palabra razón tiene un significado específico: si la sensibilidad sitúa todo lo que llega bajo unas coordenadas espaciotemporales, y el entendimiento lo estructura según unas determinadas categorías, la razón nos lleva a pensar sobre los fundamentos o los primeros principios de lo que experimentamos.

La razón es aquello que nos induce a plantearnos el porqué de las cosas de manera incesante. Así, a cada respuesta que obtenemos de por qué sucede esto o lo otro, la razón nos invita a preguntarnos nuevamente cuál es la explicación de la causa que hemos encontrado. Como la cadena de sucesivos «porqués» tiende a hacerse infinita, y nuestra razón no puede pensar la infinitud, eso la lleva a generar lo que Kant llama las «ideas metafísicas» (las ideas son tres: Alma -unifica nuestra experiencia interna-, Mundo -unifica nuestra experiencia externa- y Dios -ambas esferas se reducen a una mediante la idea de Dios-). Las ideas metafísicas no tienen su origen en la experiencia, pero el ser humano recurre inevitablemente a ellas para explicarse la realidad.

Dichas ideas metafísicas responden a la necesidad de la razón de contestar a las siguientes preguntas:

  1. ¿En qué medida tenemos libertad a la hora de actuar?
  2. ¿Qué sentido le podemos encontrar al mundo? ¿Existe algún futuro para mí tras la muerte?
  3. ¿Hay una entidad universal o realidad cósmica que otorgue unidad a todo lo que existe?

Sin embargo, según Kant, a pesar de que la razón construye las ideas metafísicas, cuando tratamos de emplear nuestro entendimiento para demostrar alguna cosa sobre ellas nos topamos siempre con una dificultad: al intentar aplicar las categorías del entendimiento sobre dichas ideas, como estas se refieren a entidades que no están situadas en el espacio y en el tiempo, es decir, como quedan al margen de la facultad de la sensibilidad, resulta que las categorías no pueden funcionar adecuadamente y acaban demostrándonos tanto una cosa como su contraria; es decir, generan contradicción y no aportan conocimiento.

De este modo, Kant llega a la conclusión de que no puede haber conocimiento sobre las entidades metafísicas, pues la razón no puede ni afirmar ni negar su existencia, por más que sea inevitable pensar en ellas cuando nos planteamos las preguntas fundamentales. Por supuesto, podemos pensar (considerar estas ideas en la mente) en las grandes cuestiones metafísicas -Dios, el alma, el mundo (su origen, su finalidad…)-, pero nada podemos conocer acerca de ellas. Lo que más cabe aquí es la creencia, no el conocimiento. La crítica de Kant a la metafísica fue, como se ve, demoledora.

De alguna manera, racionalistas y empiristas acertaban y se equivocaban a la vez: sin experiencia no hay conocimiento (empiristas), pero sin las categorías (conceptos innatos del entendimiento) este tampoco es posible. La teoría de Kant recuerda a la trabajosa elaboración que hacen las abejas de los materiales que toman del mundo para producir la miel y la cera.


2. La verdad

La verdad: sublime palabra. Quizá lo más admirable de la verdad no sea tanto su concepto como la lucha de los hombres y mujeres por alcanzarla. «Soy amigo de Platón, pero aún más de la verdad», se dice que proclamó Aristóteles cuando criticó la doctrina de su maestro.

Aristóteles, Ética Nicomáquea, Libro I, 6, 1096 a10, traducción de Julio Pallí Bonet, Editorial Gredos, Madrid, 1993, p. 135
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– Verdad de hechos o cosas

Consideramos que hay hechos y objetos que son verdaderos o auténticos. Así, «verdadero/a» o «auténtico/a» puede decirse de las cosas o de los hechos en la medida en que corresponden a la idea que nos hacemos de ellos: este es el sentido que le damos a expresiones como «verdadera amiga» o «auténtico oro». Sin embargo, en sentido estricto, solo se dice de las proposiciones (las proposiciones son pensamientos en los que se afirma o niega algo).

– Verdad de proposiciones

La verdad no solo se atribuye a la realidad, sino, sobre todo, a las afirmaciones que hacemos acerca de ella. Así entendida, la verdad es una propiedad que pueden tener nuestras proposiciones. Ahora bien, podemos distinguir dos tipos de proposiciones: empíricas (las que afirman algo de los hechos y acontecimientos del mundo) y formales (no dicen nada acerca de la realidad).

  • En el caso de las proposiciones formales, como lo son, por ejemplo, las proposiciones de la lógica y las matemáticas, su verdad, su validez, depende solamente de las definiciones de los símbolos que contiene (del significado que le hemos dado a sus términos) y de la coherencia con el resto de las proposiciones aceptadas del sistema o teoría. Si, por ejemplo, medimos lo que parece ser un triángulo y encontramos que la suma de sus ángulos no es de 180 grados, no diremos que hemos encontrado un caso que invalida una verdad matemática sino, más bien, diremos que eso no es un «triángulo» o que, tal vez, hemos medido mal. O, por ejemplo, la proposición «3 elevado al cuadrado es 9» es verdadera si es coherente con las reglas y los principios que forman parte del sistema matemático.
  • Respecto a la verdad de las proposiciones empíricas (que afirman algo de los hechos del mundo), existen muchas «teorías de la verdad», pero todas parten de la concepción de la verdad como correspondencia, que procede de Aristóteles (384-322 a. C.).
Aristóteles, Metafísica, introducción, traducción y notas de Tomás Calvo Martínez, Editorial Gredos, Madrid, 1998, p. 198 (Libro IV, Capítulo 7, 1011b 25-30)
Aristóteles, Metafísica, introducción, traducción y notas de Tomás Calvo Martínez, Editorial Gredos, Madrid, 1998, p. 390 (Libro IX, Capítulo 10, 1051b 5-9)

Según esta concepción, la verdad es el «ajuste» del pensamiento a la realidad: si pensamos que las cosas son como realmente son, nuestro pensamiento -y nuestro decir- es verdadero. Así, «María y Juan fueron al concierto de Jingle Django» es una proposición verdadera si María y Juan fueron a ese concierto, y es falsa si no fueron. Sin embargo, aunque esta teoría es muy intuitiva, no consigue determinar exactamente en qué consiste esta correspondencia entre el lenguaje y la realidad.

– Criterios para reconocer la verdad

¿Cómo podemos saber que una proposición es verdadera? Deberíamos tener una regla que nos permita discernir entre la verdad y el error: es decir, necesitamos criterios para reconocer la verdad. Podemos señalar los siguientes: la evidencia, la coherencia, las consecuencias prácticas (el éxito) y el consenso (la intersubjetividad).

  • LA EVIDENCIA (palabra que proviene del término latino videre [«ver»]) se refiere a la especial forma de presentarse que tienen ciertos hechos y proposiciones que consideramos evidentes (por ejemplo, parece evidente que A=A). Un conocimiento es evidente cuando produce una certeza que nos impide dudar de su verdad: aunque no puedo probarlo, su verdad se me presenta de forma directa e indudable.

René Descartes (1596-1650) la define así:

Descartes, Discurso del método, segunda parte, traducción y notas de Manuel García Morente, en Biblioteca de Grandes Pensadores, estudio introductorio de Cirilo Flórez Miguel, editorial Gredos, Madrid, 2011, p. 114

Lo malo de la evidencia es que no sirve como criterio en determinados ámbitos del saber o de las creencias: no hay evidencias en moral, política, religión… Y el sentimiento de certeza y seguridad que proporciona la evidencia es, justamente, un estado mental o sentimiento, propio del sujeto que conoce y no del objeto conocido; o sea, es algo subjetivo, por lo que no resulta un criterio satisfactorio (mientras yo siento la certeza de que hay vida en otros planetas, otros pueden no sentirla y tener serias dudas al respecto). Además: no sabemos exactamente en qué consiste y resulta difícil poder asegurar su legitimidad: por el hecho de que estamos conformados social y culturalmente, tendemos a considerar evidentes cosas que pueden no serlo.

  • LA COHERENCIA

El saber (las creencias que consideramos verdaderas) forma -o, al menos, tiende a formar- sistema. Así, la regla de la coherencia -como criterio de verdad- nos dice: una proposición es verdadera si es coherente con el sistema de nuestro saber; es decir: si no entra en contradicción con el resto de las proposiciones aceptadas. Por ejemplo: la proposición «si sigues caminando hacia el horizonte, llegarás al fin del mundo» es falsa porque contradice numerosas proposiciones verdaderas (por ejemplo: «la Tierra es redonda»).

Por otro lado, tal vez no deberíamos concebir los sistemas de creencias como algo cerrado y definitivo, sino como algo vivo y en evolución: cuando sobreviene una evidencia incontrovertible que contradice el sistema, éste se reorganizará e, incluso, expulsará creencias particulares incompatibles. Así -y no solo por acumulación, como veremos en vídeos/temas posteriores- es como progresa la ciencia y nuestra concepción del mundo.

  • LAS CONSECUENCIAS PRÁCTICAS (EL ÉXITO)
William James, Pragmatismo. Un nuevo nombre para formas viejas de pensar, traducción de Ramón del Castillo, Alianza Editorial, Madrid, 2000, pp. 169-171 (Conferencia VI)

Una proposición es verdadera cuando es útil y, por tanto, conduce al éxito. Así, la verdad o falsedad de una proposición coincide con las consecuencias que resulten de aplicarla. Una proposición es verdadera si su puesta en práctica tiene resultados positivos; en cambio, una proposición es falsa si las consecuencias de su aplicación son negativas. Así, por ejemplo, una teoría verdadera sobre el sida será aquella que permita curarlo. William James (1842-1910) fue el principal autor de esta teoría: la verdad he de ser comprobada acudiendo a sus consecuencias prácticas; así, afirma James: «la verdad llega a ser cierta por los acontecimientos».

La idea de que el consenso es garantía de la verdad de una creencia se asienta en algo difícilmente discutible: la verdad no puede ser un hecho privado, sino intersubjetivo. La verdad tiene que poder ser comunicada y compartida por todos. Este criterio se basa en la idea de que el conocimiento es objetivo y, por tanto, compartible por todos y no exclusivo de una persona en particular.

Sin embargo, conviene aclarar algunas cuestiones si queremos aplicar este criterio: ¿entre quiénes debería darse el consenso? ¿sobre qué temas? ¿no debería tratarse de un consenso racional, es decir, basado en razones objetivas? Parece claro, por ejemplo, que los problemas de la ciencia solo deben requerir el consenso de la comunidad científica.

«Cómo esclarecer nuestras ideas», C. S. Peirce (1878). Traducción castellana y notas de José Vericat. En: Charles S. Peirce. El hombre, un signo (El pragmatismo de Peirce), J. Vericat (tr., intr. y notas), Crítica, Barcelona, 1988, pp. 200-223 (en PDF aquí)

El acuerdo acerca de un único criterio de verdad no parece posible: es unos casos deberemos recurrir a un criterio; en otros a otro; en ocasiones, a varios de ellos. Por otro lado, ningún criterio puede considerarse absolutamente seguro: por ese motivo, lamentablemente o afortunadamente, nunca podemos estar totalmente seguros de conocer la verdad.

3. Los límites del conocimiento

Descubrir las carencias de los criterios para reconocer la verdad puede llevarnos a dudar de la existencia de un conocimiento válido y seguro. En este sentido, puede ser interesante exponer brevemente algunas actitudes ante la posibilidad del conocimiento.

– La posibilidad de conocimiento

  • LA CRÍTICA

Para los pensadores críticos el conocimiento es posible; sin embargo, este no es incuestionable y definitivo, sino que debe ser revisado y criticado continuamente para detectar posibles falsificaciones y errores.

Aunque prácticamente no ha habido ningún filósofo que no haya ejercido la crítica, ésta se convierte en actitud predominante a partir del siglo XVIII, gracias a Hume y Kant.

Immanuel Kant, Crítica de la razón pura, traducción de Pedro Ribas, Alfaguara, Madrid, 1998, p. 9 (Prólogo de la 1º edición, nota)

Criticar es para Kant «llevar ante el tribunal de la razón». Esto significa que la razón es la guía última – el juez supremo- del ser humano. Que, por tanto, es preciso que el ser humano se atreva a pensar y no crea sino aquello que racionalmente (conforme a pruebas o razones) piense que puede creer. Renunciar al uso de la propia razón solo puede deberse a la inaceptable pereza o cobardía.

Emmanuel Kant, “¿Qué es la Ilustración”, en: Filosofía de la Historia, traducción de Eugenio Ímaz, FCE, Madrid, 2000
  • EL DOGMATISMO Y EL ESCEPTICISMO

Se trata de las dos manifestaciones extremas del espíritu crítico: su ausencia absoluta o su exageración. «Dogmatismo» es la actitud del que rechaza criticar sus propias creencias; «escepticismo» es la actitud del que critica hasta tal punto que concluye que no puede creer en nada. El dogmático cree, normalmente, más de lo que puede creer racionalmente; el escéptico, mucho menos.

Un dogmático, por serlo, jamás se criticará a sí mismo. En este sentido, su postura es irracional: la ausencia de crítica denota temor o desprecio por la razón. Con respecto al escepticismo, la mayor crítica que se le ha hecho es que se contradice a sí mismo: si se pretende saber que no podemos saber con certeza nada, ¿cómo puede acaso saberse que esto último es cierto?

Lucrecio, De la naturaleza de las cosas, introducción de Agustín García Calvo, traducción de Abate Marchena, Ediciones Orbis, Madrid, 1984, p. 256 (Libro IV, 470)

En resumen, si el dogmatismo es inadmisible porque conduce a creerlo todo o dejar de creerlo sin razón alguna, el escepticismo universal y radical parece insostenible. La crítica, en cambio, suele conducir a un escepticismo parcial: la pretensión dogmática de un saber universal y absoluto parece imposible de justificar.

En el siguiente capítulo vamos a seguir hablando del conocimiento, pero no de cualquier conocimiento sino del conocimiento científico. Si no quieres perderte nada, ¡continúa leyendo! / ¡suscríbete al canal!


ACTIVIDADES PARA EL PORTAFOLIO:

  1. Explica la diferencia que existe entre el conocimiento verdadero, la opinión y la creencia.
  2. Presenta un ejemplo de una situación en la que se esté aplicando cada una de las cuatro herramientas del conocimiento que hemos estudiado.
  3. Explica con tus palabras qué papel juega la abstracción en el proceso de conocimiento.
  4. Presenta un ejemplo de una afirmación cuya verdad resulte evidente para algunas personas pero no para otras, y justifica por qué tiene lugar dicha discrepancia.
  5. Comenta el siguiente texto:

La necesidad de verdad es la más sagrada de todas. Sin embargo nunca se habla de ella. Cuando se percibe la cantidad y la enormidad de falsedades materiales expuestas sin vergüenza incluso en los libros de los autores más reputados da miedo leer. Pues se lee como se bebería el agua de un pozo dudoso. Hombres que trabajan ocho horas diarias hacen el gran esfuerzo de leer por la noche para instruirse. Como no pueden ir a las grandes bibliotecas a verificar lo que han leído, creen todo lo que figura en los libros. No hay derecho a que se les dé de comer algo falso. ¿Qué sentido tiene alegar que los autores van de buena fe? Ellos no hacen ocho horas diarias de trabajo físico. La sociedad les alimenta para que dispongan de tiempo libre y se tomen la molestia de evitar el error. Un guardagujas culpable de un descarrilamiento que alegara buena fe no sería precisamente bien visto. Con mayor razón resulta vergonzoso que se tolere la existencia de diarios de los que todo el mundo sabe que ningún colaborador podría permanecer en el cargo si a veces no aceptara alterar conscientemente la verdad. El público recela de los diarios, pero esa desconfianza no le protege. Como sabe que un diario contiene verdades y mentiras, reparte las noticias entre las dos rúbricas, pero al azar, según sus preferencias. De este modo sigue expuesto al error. Todo el mundo sabe que cuando el periodismo se confunde con la organización de la mentira constituye un crimen. Pero se considera un delito impunible.

Simone Weil, Echar raíces, traducción de Juan Ramón Capella y Juan Carlos González, Editorial Trotta, Madrid, 1996, pp. 48-49

COMPRENSIÓN DEL TEXTO

  • Explica el significado de las siguientes expresiones o palabras que aparecen en el texto: verificar, buena fe, delito impunible, falsedades materiales, instruirse, recelar
  • ¿Qué título le pondrías al texto?

ANÁLISIS DEL TEXTO

  • El texto empieza con una afirmación contundente. Explica cuál es y si estás o no de acuerdo.
  • ¿Qué nos quiere decir con «no hay derecho a que se les dé de comer algo falso»?
  • ¿En qué parte del texto indica la autora que lo que se lee en la prensa no siempre es fiable?
  • Explica la comparación entre el guardagujas y el periodista. ¿Cuál es la responsabilidad de cada cual?

RELACIÓN DEL TEXTO CON LA ACTUALIDAD

  • Además del texto escrito (libros y prensa), en la actualidad existen otras fuentes de información (medios de comunicación como radio y televisión, internet…). ¿Crees que son más o menos fiables que las fuentes tradicionales? ¿Por qué?
  • ¿Cómo combates tú la posibilidad del error? ¿Utilizas algún criterio de verdad de los estudiados en este tema?

VALORACIÓN CRÍTICA

  • ¿De qué manera podemos intentar discernir de entre aquello que leemos lo que es cierto y lo que no lo es? ¿Podemos asegurarnos de no caer en el error o evitar la manipulación informativa? Razona tu respuesta.